El nuevo Museo de la EMT se concibe como una bisagra urbana que enlaza la ciudad con el parque lineal de Madrid Río. Elevado y permeable en todas sus orientaciones, el edificio abre su presencia hacia el gran eje peatonal y verde del Manzanares, invitando a un tránsito continuo entre arquitectura y paisaje.
Su fachada, atenta a las variaciones del entorno, actúa como un diafragma que hace levitar el volumen y establece un diálogo vivo entre la memoria del transporte madrileño y quienes lo recorren. Como la ventana de un vagón en movimiento, el edificio propone una experiencia en la que interior y exterior se acompañan mutuamente.
La pieza se organiza mediante dos circulaciones diferenciadas: la peatonal, que asciende desde el noreste a través de un corredor suave y accesible, y la del autobús, que accede desde el sureste, atraviesa el museo y desciende hacia un depósito visitable. Ambos recorridos —uno en ascenso, otro en descenso— confluyen en la sala principal, donde una caja oscura se inserta en el perímetro del edificio y activa un espacio intermedio que responde a la fachada y al paisaje. Allí, el relato expositivo encuentra su anclaje: una arquitectura que, como todo transporte en superficie, avanza en constante diálogo con el territorio que la acompaña.