La llegada a un lugar implica siempre una lectura atenta de sus estructuras esenciales. En este caso, esa primera aproximación reveló una serie de condiciones iniciales que, por sí solas, no lograban definir los rasgos de una arquitectura capaz de sorprender y perdurar. Una topografía prácticamente plana, una parcela rectangular y un bosque de pinos como telón de fondo se mostraban insuficientes para construir un mundo propio. Surgió entonces la necesidad de imaginar un universo interior complejo, en diálogo con un paisaje exterior creado ex profeso.
Así, la vivienda, cuya presencia debía ser rotunda y sobria hacia el exterior —según requerimiento de la propiedad—, se articula mediante una relación vertical entre un nuevo plano del suelo, sutílmente modificado en altura, y un plano horizontal elevado donde se construye un jardín secreto que prolonga la vida interior de la casa.
En este proceso, el espacio normativo de los retranqueos se transforma en una oportunidad para redefinir el perímetro y expandir los límites habitables. La vivienda se recorre en múltiples direcciones, multiplicando las experiencias, mientras la entrada se materializa en un primer patio secreto, completamente cerrado a la fachada. Este patio articula la relación entre planta baja, primera y sótano mediante un sistema de escaleras desalineadas, que en lugar de apilarse, se dispersan para intensificar la complejidad espacial del interior.
El itinerario de acceso, trazado inicialmente de este a oeste, gira en un punto clave para revelar un espacio que se extiende horizontal y verticalmente: es el ámbito donde la piscina abraza el salón y una jardinera interior incorpora el verde exterior en el corazón de la vivienda, organizada en torno al binomio salón–cocina. Este plano horizontal dilata los límites hacia un jardín contenido, donde la piscina parece sumergirse en la casa mientras las copas de los pinos recortan un cielo habitado.
La decisión de dividir las escaleras —una hacia el sótano y otra hacia las plantas superiores— permite construir un espacio vertical estrecho y muy alto. La escalera que conecta la planta baja con el sótano se superpone, en un nivel superior, con la que une la primera planta con el espacio bajo cubierta. Juntas generan un elemento sorprendente que tensa el eje este–oeste de la vivienda, cuyo trazado inicial responde de manera más evidente a una lectura norte–sur marcada por la geometría de la parcela.
Esta tensión vertical enriquece el interior y descubre en el sótano un amplio espacio bajo rasante, conectado con el exterior mediante lucernarios que filtran la luz naciente y mantienen el vínculo visual con las copas de los pinos. Desde la escalera transversal se organiza la planta inferior, que primero alberga la zona de servicio y después un gran espacio multifuncional, el garaje y las áreas de almacenamiento.
En planta baja, la segunda escalera —concebida como un elemento ligero— asciende hasta un gran vacío exterior que sobrevuela la piscina y la jardinera adyacente. Desde este espacio se genera una galería que acoge los dormitorios infantiles, en relación directa con la doble altura del salón. Entre ambos dormitorios emerge la escalera ubicada sobre la del sótano, que asciende hasta colonizar la planta bajo cubierta. En la proa de este nivel se sitúa el dormitorio principal, acompañado de un pequeño patio interior que enmarca el bosque de pinos, verdadera esencia del lugar.
Finalmente, en el espacio bajo cubierta, dos zonas de estudio se abren hacia el paisaje, cercano y lejano, convirtiéndose en un faro que dialoga visualmente con el vacío descubierto desde el acceso. Miradas cruzadas, diagonales inesperadas y secuencias espaciales diversas permiten experimentar una nueva forma de habitar, donde una parcela regular y una topografía aparentemente insuficiente se revelan como la oportunidad para explorar los límites y construir una nueva realidad arquitectónica.