Un lugar de tránsito que deja de ser mero pasaje para convertirse en un espacio de ensayo, donde las decisiones materiales y espaciales comienzan a revelar el carácter del edificio que las acogerá.
Un espacio contenido y sereno, construido desde la luz, la textura y la proporción.
El vestíbulo de entrada del Centro Nacional de Golf se concibe como un umbral donde la estrategia proyectual ensayada previamente en el proyecto para su residencia de corta estancia, se vuelve tangible a escala real.
La madera, el mortero de cal, la chapa de bronce y la piedra caliza forman una paleta que actúa como hilo conductor. No sólo define la identidad del espacio de bienvenida: también anticipa el diálogo vertical con la planta superior, como una promesa material que se despliega a medida que se recorre el edificio.
Dos panelados de madera acompañan el movimiento y se abren en su tramo final, enmarcando el nuevo umbral del Centro. A partir de ahí, el vestíbulo se desdobla en dos momentos. El primero, más dinámico, reúne el tránsito, la imagen y la memoria: un mueble audiovisual que incorpora el universo del golf y una vitrina que custodia piezas de la colección permanente. Ambos se apoyan en sistemas móviles que permiten transformar el espacio y adaptarlo a distintas bienvenidas. Tras la vitrina, una discreta escalera de servicio enlaza la cocina de la planta baja con uno de los offices superiores.
El segundo ámbito, más íntimo y recogido, invita a la estancia. La continuidad del pavimento, una gran lámpara suspendida y un mobiliario cuidadosamente elegido componen un pequeño paisaje interior donde cada pieza encuentra su lugar y reclama su voz.
A partir de este núcleo se distribuyen los accesos a oficinas, aseos y restaurante. El frente del ascensor, revestido en bronce, y la antigua escalera —ahora transformada en un elemento autónomo de madera con barandilla metálica— completan la intervención y añaden capas de profundidad al conjunto.
El resultado es un interior donde lo material adquiere un tono doméstico y cercano. Un vestíbulo que deja de ser sólo un tránsito obligado para convertirse en una pieza propia dentro de la experiencia arquitectónica del centro.