La luz natural, tamizada por la disposición de los volúmenes, envuelve el espacio con una suavidad que equilibra intimidad y apertura.
La materialidad neutra, construida a base de amplios panelados blancos, ofrece una base serena que acentúa la calidez de un pavimento continuo de roble y que esconde tras ella espacios más íntimos llenos de detalle.
La paleta de materiales y texturas establece un diálogo sutil entre la luz, el vacío y la forma.
En el entorno del barrio de Salamanca, la cocina se sitúa en el corazón de esta reforma: un espacio para cocinar, habitar y contemplar. Protegida en semisombra, combina intimidad y conexión. Desde allí, la mirada atraviesa el salón y llega a la gran terraza que se abre al cielo de Madrid.
La vivienda sigue una disposición clásica de zonas de día y noche, con un gran panel corredero que divide ambos ámbitos. Este gesto sencillo ofrece privacidad cuando se necesita y apertura cuando se desea.
Cuatro dormitorios rodean todo el perímetro, creando confort y refugio. Los panelados blancos forman un fondo neutro y sereno tras el que se esconden estancias que sorprenden por su contraste. El pavimento continuo de roble, los sutiles detalles en la carpintería de madera y los textiles flotantes aportan calidez y definen cada espacio junto al mobiliario.
Cada detalle activa los sentidos: el tacto de la madera bajo los pies, la luz que se refleja en las superficies, la continuidad visual entre cocina y terraza. La intervención convierte la vivienda en un organismo vivo, donde la arquitectura acompaña la vida diaria y conecta la intimidad con el horizonte de Madrid.